Lo extraordinario no es la cabeza, qué va. Ni siquiera Kong, coronado en su roma cúspide. Cuentan poco los carteles con Marily, Ingrid, Rita, Malcolm y, sesgados, Clark y Vivian. Lo que aquí importa es la armonía entre todos los elementos. Pareciera que tutelan un significado que, delicadamente oculto, requiera a alguien que lo descifrara. Por volver a sentirse Kong. No se descarta que sea el propio Antonio, el propietario de la testa, el que demande esa, en apariencia, frívola investigación. Todas, al cabo, lo son. Por no saber, no sabemos qué es la armonía, ni su propósito, mucho menos su utilidad, pero trasegamos, porfiamos, concedemos a la frivolidad la consideración más alta, alguna a salvo de la intemperie de la razón, que es un páramo frío a veces. Qué festejo el de la incertidumbre, qué solaz, qué delirio sin motivos. También la naturaleza procede a ciegas, como convidada por el puro azar, aunque sepamos que observa una geometría, un orden dentro del caos. Pero déjenme hoy lunes pensar sin pensar del todo, no es nuevo eso. Permitid que me entusiasme con mi Kong en el mismo Chrystal Building. Pronto llegarán los aviones.
9.6.25
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